23 mayo, 2009

Los Soprano

Corría el año 1997 cuando el guionista David Chase recibió la tarea de escribir un libreto para una serie de ficción en la línea de films como El padrino y su insuperable secuela. El propio Chase se atrevió a dirigir dicho libreto, creando, posiblemente sin saberlo, el episodio piloto de la serie más influyente de la historia de la televisión. Pero algo no funcionó al principio. Los ejecutivos, esos seres encorbatados que no distinguen la calidad de la basura por el brillo verdoso de los billetes de dólar, no estaban por la labor de estrenar una serie centrada en la vida de un mafioso. Tuvieron que pasar dos años para que la cadena HBO ordenara a Chase y su equipo rodar una temporada de 13 capítulos (contando el piloto). Era el pistoletazo de salida necesario para que la ficción televisiva cambiara para siempre. Así nacían Los Soprano.
Tengo que reconocer que, aunque sabía de la existencia de esta gran serie (resulta imposible no saberlo) el contacto que había tenido con ella no había sido del todo satisfactorio. Recuerdo que vi un par de capítulos cuando La Sexta emitía la serie en la televisión en abierto española. Pero algo no me gustó. Quizás fuera el doblaje, quizás fuera falta de relación con este tipo de series adultas, pero el caso es que no me incitó a ver más episodios. Ahora bien, no hace ni cinco meses decidí darle una nueva oportunidad. Esta vez como debe ser, en versión original, sin cortes publicitarios, con unos buenos subtítulos y con mucha más experiencia en el visionado de este tipo de producciones. Y tengo que decir que mi percepción de la serie cambió notablemente.



Contada desde un punto de vista natural, con grandes diálogos, mucha cinefilía, meditada calma y evidentes influencias del cine mafioso, capitaneadas por las obras magnas de Coppola y Scorsese, la vida de Los Soprano empieza a atraernos con el paso del tiempo hasta llegar a ser nuestra segunda familia. Esta no es una serie fácil de ver, contiene escenas incómodas, personajes odiosos, su estructura narrativa y su neutralidad hacia el bien y el mal la convierten en una historia no apta para todo tipo de públicos. Sin embargo, algo hay en ella que la hace especial, atractiva y, por encima de todo, influyente.
Con un equipo de directores fijos, salvo alguna excepción magistral, un elenco en estado de gracia y una planificación nunca antes vista hasta esa fecha, la historia de estos estereotipados italoamericanos ocupó casi una década en la vida del espectador más exigente. Desde 1999 hasta 2007 disfrutamos de esta historia de traiciones, sexo, drogas, familia, uniones, desuniones y, una vez vista en su totalidad, nos damos cuenta de una cosa. Los Soprano fue, con toda seguridad, la serie responsable de que la ficción televisiva actual (con los USA a la cabeza) cambiara. La responsable del boom seriéfilo que hoy en día atrapa a millones de personas en todo el mundo, siempre a la espera de nuevos capítulos de sus series favoritas. Las aventuras de la familia Soprano son la base de un enorme iceberg que esperemos nunca se desmorone.



En todo momento acompañamos a Anthony Soprano (soberbio James Gandolfini), llegando a sentirnos compañeros de fatigas, un gangster más en las frías calles de Nueva Jersey. Porque aquí la ciudad, el contexto, toma una importancia muy significativa. Nueva York está a menos de una hora en coche (si el tráfico no lo impide) pero conviene que el espectador se haga a la idea de una cosa. Aquí no vamos a visitar la Estatua de la libertad, aquí vamos a comer al restaurante de Artie Bucco (John Ventimiglia), el Vesubio, donde una belleza italoamericana como Adriana La Cerva (Drea de Matteo) nos dará la bienvenida. Después iremos a Satriale's para comprar un buen filete, donde posiblemente Paulie Gualtieri (Tony Sirico) toma el sol despreocupado. Veremos al bueno de Chris Moltisanti (Michael Imperioli) cometer sus primeros crímenes y después tomaremos unas copas en el club que regenta el fiel Silvio Dante (Steve Van Zant), El Bada Bing. Pero, como miembros de una familia que somos, tendremos que visitar a Tony en su hogar, donde su mujer Carmela (magistral Eddie Falco) nos preparará un sabroso plato de cannolis mientras en la mesa charlamos de derechos con Meadow (Jamie-Lyn Sigler) o debatimos sobre la importancia de la vida con A.J. (Robert Iler). Y así podría estar durante veinte párrafos más hasta destacar a todos los personajes que forman parte de la trama principal, unos más importantes, otros menos, pero todos imprescindibles. Y no, no me olvido de la Doctora Melfi (Lorraine Bracco), nuestra psicóloga favorita.



Ahora bien, no sería significativo hablar de Los Soprano sin mencionar su final. SPOILERS a partir de aquí. Durante la última temporada somos testigos del enfrentamiento entre Phil Leotardo (Frank Vincent) y Tony. Una guerra que viene provocada por el odio que Leotardo sentía hacía Tony Blundetto (el siempre genial Steve Buscemi, responsable además del mejor capítulo de la serie, Pine Barrens) y el irracional odio hacia Vito Spatafore (Joseph R. Gannascoli) tras descubrir su homosexualidad. Tras enfrentamientos, asesinatos y más de un despropósito llegamos, sin aliento, a la última y, posiblemente, más polémica escena de la historia de la televisión moderna. Tony se reúne con su familia en un restaurante típico de Nueva Jersey. Allí espera a su familia, en una aparente calma, mientras el Don't stop believing de Journey nos acompaña. La cámara nos muestra a todas las personas que están en el local, algunas de las cuales recordamos de otros episodios. Algunas de las cuales tienen motivos suficientes para acabar con la vida de Tony. Llega Carm, llega A.J., pero Meadow se retrasa. No consigue aparcar bien su coche hasta el tercer intento. Mientras, un tipo al que vagamente recordamos, entra al baño. Al fin, Meadow llega a la puerta del restaurante. Tony la mira. Un repentino fundido a negro acapara nuestra mirada. No hay música. No hay créditos. El show ha terminado. Lo que para muchos espectadores es todo un insulto, para mi es una absoluta muestra de maestría por parte de David Chase, que dirige el capítulo también. Según lo entiendo yo, este fundido a negro representa la muerte de Tony y, aún más, si tenemos en cuenta la conversación que él y Bobby Baccalieri (Steve Schirripa) compartieron tiempo atrás. Fin SPOILERS.



En definitiva, una serie que todo el mundo con un mínimo de gusto debería ver. No es de fácil digestión, pero al final seguro que pensáis que ha merecido la pena. Acompañar a esta familia durante su travesía supone una experiencia que, sobre todo para aquel que la viviera durante su emisión, cambia el modo de entender la televisión. Como ya he comentado, gracias a esta obra maestra la televisión actual goza de ese prestigio que las series de ficción le han otorgado. Ojalá, con el paso del tiempo, volvamos a ver algo igual de importante. Y esto lo dice alguien que ha sentido frustración en más de un capítulo. Alguien que ha querido ver muerto a Tony por sus actos. Alguien que, después de ver la obra completa, echa de menos a su familia adoptiva. No la considero la mejor serie de la televisión, porque ese puesto lo ocupa otra en mi corazón, pero con toda seguridad, una buena parte del resto de mortales si lo haga. Si alguna vez nos cruzamos por Jersey, os invito a una copa en el Bing.

Otras series analizadas: Battlestar Galactica y The wire.

2 comentarios:

Orru dijo...

Me pasó lo mismo que a ti. Vi dos o tres capitulos doblados y hubo algo que no me gustó. No se muy bien qué.
Pero después de haber leído esta entrada, le voy a dar una segunda oportunidad en ingles subtitulado.

No sabía la importancia que esta serie había tenido en el mundo de las series, pero sabiéndolo, seguro que la veo con otros ojos

Antonio López dijo...

Pues si, dale una segunda oportunidad. Con todo, estas reseñas con muy subjetivas, para mi puede ser una gran serie, pero para otros no tiene porque serlo. Yo la recomiendo igualmente.